Arbucias, 28 oc[tu]bre 1840
Ni el silencio ni la ausencia ni el tiempo, dulce amigo mío, pueden entibiar la sagrada llama de nuestra amistad, antes al contrario, quando ella dura demasiado en mi pecho sin comunicarse, entonces explota con escribirte una carta donde en vano intento derramar todo su fuego. Tu haces lo mismo, yo lo creo, y el corazón de mi amigo Olivas no lo desmiente. Ah! Quantas veces me encuentran las horas ocupando las sagradas musas en el suave afecto que te profeso! Así un tierno amante se ocupa con su adorada, solamente que hay la diferencia que mi afecto es más noble y más gustoso. Mi pecho está lleno de amistad y este sentimiento, cree amigo mío, que me aliviaría en las más tormentosas angustias y una de las mayores que podría tener sería perder tu cariño. Asegúrame, caro Joaquín, que no llegará tan acerbo caso, no es una muger que te lo dice, es sí un amigo y un amigo para siempre, siempre inseparable. Yo creo que el destino nos alejará por muchos años, pero qué importa, entre los mares tendrás un amigo que siempre hablará de ti a sus compañeros.
Acabo de pasar el verano tranquilamente y dentro poco me hallaré en Bar[celo]na, donde sentí entrañablemente el año pasado no poder ver a tus primas y sí me alegré de conocer a tu venerable tío, a quien saludo cordialmente. Así mismo que a todos los de tu casa, que obsequio con iguales deseos.
Consérvate, amigo mío, y escríveme quando estés desocupado. En Bar[celo]na estaré, calle del Hospital, nº 117, pº 2. A_diós,
José Oriol Milans