S[eñor] d[on] José Jiménez
Bar[celo]na
Vich y setembre, 7 / 1844
Muy señor mío: en la carta del 11 de agosto que tuve la satisfacción de remitirle, le participé cómo estaban mis pretensiones respe[c]to a S. Boy de Llussanés. Desde entonces han venido y vuelto pactos y condiciones más o menos agradables y en el día me encuentro que no sé qué determinar, por lo que no titubeo en importunarle, esperando de V. me aconsejará con franqueza o me dirá al menos su modo de pensar.
Habiendo sabido el médico actual imposibilitado Costa o, mejor diré, un cuñado suyo, que yo trataba de ir a S[an] Boy, vino a encontrarme, proponiéndome tratar con Costa, el que me entregaría sus parroquianos, cediéndole yo una parte de la conducta. Pedí tiempo para reflexionar y, viendo que poco favor podía hacerme, pues ha perdido ya el prestigio, y que me imponía una carga demasiado pesada en darle parte de mis ganancias, le respondí que absolutamente no podía convenir. Proponieronme entonces ponerme a su casa, mantenerme malo si lo exigiese y darme como por retribución anual 150 ll[iuras] y la mitad del dinero que pudiera ganar si tuviera alguna consulta. Mas, considerando yo que entonces sería dependiente y que un médico no debe estar sujeto a otro de igual clase, pues sería un desdoro de la facultad, les respondí que tampoco convenía, después de haberme quedado algunos días para deliberar con el único objeto de ganar tiempo. Esta respuesta se la di el sábado 24 del pasado mes.
Es de advertir que este cuñado obraba apoyado por el bayle y algún otro concejal, que secundaban sus miras. El sábado 31 del mismo se me presentó ese baile y regidor y, después de un largo preámbulo en el que manifestaron estar muy satisfechos de los muchos informes que de mi les habían dado, ya en la parte moral ya en la científica, concluyeron que si mis intenciones eran de ir a S[an] Boy no lo difiriera, por cuanto el médico Costa trata de poner otro, que tal vez no sería de su entera satisfacción. Respondiles que quedaba muy agradecido a su buena voluntad, pero que considerando que la población da escasamente para vivir, no podía aceptar a no ser que dotasen la plaza. Dijeron que siendo contra uso, sería muy difícil pero que lo espondrían en el primer ayuntamiento que tuviesen y que me avisarían de su resultado.
Este último martes vino el sub-bayle, el que, ignorando todo lo acaecido, como que es del partido contrario del médico, venía a proponerme en nombre del S. rector y principales de la población, me estableciera pronto, pues todo estaba ya dispuesto, que todos se conductarían a mi llegada y que hasta tenía un cuarto preparado para mi perentoria vivienda en una de las mejores casas del pueblo. Manifestele cuanto había acaecido y finalmente concluimos en que, supuesto que el bayle parecía desentenderse de Costa y me quería absolutamente, le dejaremos hablar y que él procuraría secundar sus esfuerzos si estos eran de señalarme alguna pensión, a lo menos en los dos primeros años, pero que sería esto muy difícil por muchas razones que pueden reducirse a una y esta es que el pueblo es pobre.
No sé si V. habrá vist S. Boy. Es un pueblo de unas 140 casas de un solo piso, las más de ellas son de piedra y lodo, lo que quiere decir algo negruscas. Está situado en medio de una especie de valle y no deja de ser bastante pintoresco, pero en el invierno ha de ser muy triste. De estas casas las 20 pobres de solemnidad, las demás pueden pagar al facultativo. Arregladas las conductas como el médico anterior las tenía dan una peseta diaria por cálculo aproximativo. Vienen después las casas de campo, las que son muy ricas, pero como son pocas, no enriquecen al facultativo. Hay esperanzas de prosperar, pues en las inmediaciones hay malos médicos, pero esto cuando se haya adquirido nombre. En cuanto la gente, es muy pacífica, lejos de carreteras y bullicio. En fin, es un pueblo escelente para el que quiera vivir tranquilo y le guste la soledad.
Mas (y ese es el motivo de la presente) ¿le gustaría eso a Pepita? ¿Podrá avenirse una barceloneza con tanta quietud y con tantas privaciones? Estas son las reflexiones que me tienen indeciso. Yo puedo vivir así una vida llena de privaciones y hasta con estrechez, pero no puedo condenar a ellas o una joven que se me entrega y a los hijos que pudiera tener y a los que no podrá dar, tal vez por falta de medios, una instrucción conforme la carrera de su padre. De otra parte ignoro dónde hay plazas y casi no veo otra que en el ejército y ésta a la par que me alucina me desengaña también y más quisiera un punto fijo donde pudiera vivir en el seno de mi familia, pero con un poco más de prodigalidad, que en S[an] Boy. Aquí recogeré 400 ll[iuras] para vivir con decencia, ¿y si uno cae enfermo? ¿si una imprevista desgracia?... Señor José, no sé qué hacer ni a dónde dirigirme. Mi padre quisiera que me quedara en S[an] Boy, mas cuando le esponga mis razones en contra no sabe contradecirme y casi me da la razón. La gente de ese país me tiene por insensato porque no recogo con avidez una plaza tan buena, más yo, que me veo con fuerzas para trabajar, me pesa arrinconarme ya y ganar en mi juventud un pan escaso cuando tal vez pudiera ganerle más abundante, pero ¿dónde? ¿en qué parte?...
Yo creo que hay plazas pero las ignoro yo y, en medio de esta ignorancia me pierdo y no sé dónde debo dirigir mis pasos. No sé si debo aceptar o rechazar. Cabalmente he apurado ya los medios de dilación y será fuerza que dentro poco dé una respuesta categórica y, entonces, ¿qué diré? ¿qué responderé?..........
Me parece que V. puede tener interés en llenar esos puntos y acabar el renglón. Aguardo su respuesta y mientras viene se ofrece de nuevo a su disposición, S. S. S., Q. S. M. B.
Joaquín Salarich
Mi apreciada Pepita: anteayer jueves, a las 8 de la noche, dejé en el ho[s]pital a mi hermana Dolores, donde la acompañamos con mi padre y la otra hermana. Si quisiera pintarle la escena de la admisión, su alegría y lo que yo esperimentaba sería, al mismo tiempo que difícil, demasiado largo para una carta.
Si su alegría no tenía límites, tu sabes cuan alegre es, pues nunca la había visto tanto. Se abrazaba con las hermanas, las que la quieren en sumo grado, de manera que le han hecho todas las ropas. Sus demostraciones de júbilo eran tantas que parecía habían alcanzado un triunfo. A mis instancias cantaron un trozo de los gozos del Sto. Padre (que llaman ellas) S[an] Vicente de Paul, pero, amiga, debo confesar que no había oido cosa mejor y, sin ánimo de ofenderos, valía cien veces más que vuestro “Venid, venid amantes”. Había también solos más claros y más despejados, pero cuando eran verdaderamente sublimes e inimitables era en el coro o respuesta, cuando todas ocho con el más exacto compás cantaban: Oye desde el alto cielo de tus hijas el clamor. ¡Oh! Esto era magnífico, era encantador. Ocho hijas, las 6 niñas aun, pedían a su padre no las olvidara y lo hacían con una voz tan tierna y dulce que commovían. Me parece que el santo no puede negarles nada de cuanto le pidan. Yo, al menos, no lo sabría negar, haciendo pidiéndomelo de un modo tan agradablemente sublime.
Soy seguramente el que más siento la pérdida de mi hermana, pues que éramos los que más nos apreciábamos, pero al mismo tiempo, la tengo envidia. Ella está ya colocada y yo no sé aun lo que será de mi. Voy a decirte una cosa y es la misma verdad, aunque no lo creerás tal vez. Si en España hubiera jesuitas no me hubieras visto más. La resolución de mi hermana me ha desnudado y si a esta añadimos el no tener ni encontrar colocación, no sería difícil que lo hubiera intentado. Quien en parto lo impedió fue ella. Me hizo prometer que no te dejaría a ti, pues que te aprecia y yo se lo prometí. Hoy que la he visto me ha dado espresiones, encargándome no me olvidara, pues que tal vez serán las últimas que te podrá enviar. Es regular que cuando pase por ésa tenga tiempo para haceros una visita, a cuyo fin te estimaré digas a M. Fábregas haga el favor de comprar un Diamante del cristiano a poca diferencia como el de la Dolores, con una encuadernación seria, y una Doctrina Cristiana del P. Ripalda en castellano, cuyos dos libros haz el favor de pagar y guárdalos para entregarlos a mi hermana cuando venga, a no ser que tengas buena ocasión para enviármelos.
Si te fuese fácil saber cuánto cuesta el viage de Bar[celo]na a Madrid te estimaré me lo escribas.
Por ahora nada necesito en Lérida.
Me alegro de tu mejora y de la de tu madre. Nada me dices de Layeta.
Saluda a tu madre, M. Jayme, tía Clara, Dolores, Layeta, Ángela, Pepito, M. Fábregas, Marianneta, Ygnacio, señor]a Roseta, Muda, María Cocinera, etc, etc.
Tú recíbalas de todos los de esta tu casa, d[oñ]a Ygnacia y Marianito.
Aun no he tenido ocasión para remitiros el cesto de los macarrones.
Di a tu padre que Bernardo me escribe. Ya le llevará la onza que le dije. A_diós. Dispón siempre de tu amante,
Salarich
P.D.: Acabo de recibir el encargo de Tomás, otro día responderé a tu carta que me ha ofendido un poquito. Puedes mandar las cartas por el postillón, aun las recibo más temprano.