Sª Pepita Jiménez – Barcelona
Hoy, 3 julio de 1843
Adorada Pepita: son las doce y media de la noche y no puedo conciliar el sueño. Hace más de dos días que no te he visto. Pasará otro sin que pueda verte y, para mayor tormento, he sabido que estás enferma.
Me han dicho también que estás muy triste y que te han visto llorar y han añadido que era porque yo no había venido. Esto estoy muy lejos de creerlo, pero si en algo puede influir mi visita, la verificaré cuanto antes pueda. He pasado estos días fastidiado a no poder más. Antes de ayer fui con Bernardo a una tertulia, en donde tocaron el piano y cantaron, pero yo no oí nada. Mas quisiera haberme sentado en el banquillo de la botica y hablar allí de nuestras frioleras y tonterías.
Ayer lo pasé en S. Andrés, por la noche quería ir con Bernardo a la ópera. No quedamos bien entendidos y dejé de ir por venir a verte. Entonces te encontré fuera y maldije el no haber ido al teatro. Aun podía ir, no eran más que las ocho, pero debía ir solo y Bernardo me hubiera habido de aguardar demasiado. Sentí entonces tener un amigo, porque en cierto modo me aprisionaba ¡Tan cierto es que el corazón poseído de un afecto rechaza a cuanto parece quiere oponérsele!
Mientras arreglaba la cena, par[ec]íame verte sentada en el teatro en medio de una multitud de curiosos y que, de vez en cuanto, mirabas con inquietud a la puerta, por ver si llegaba alguien y que, desconsolada, te volvías a la escena, que ningún atractivo tenía para ti. Entonces, Pepita, estaba tentado de dejarlo todo y venir a ver si era verdad lo que mi imaginación me presentaba, pero me hacía quedar la cena para Bernardo y el pensar que éste, tal vez, se hubiera reído de mi.
Yo soy un tonto. Hace media hora que te estoy escribiendo y ¿por quién te mandaré esta carta? ¿Quién la pondrá en tus manos? Mañana estoy de guardia, a nadie veré qe. te conozca y, en caso que tenga un momento, no tendré necesidad de escrito, pero en tanto me ocupo de ti y ¡es muy dulce ocuparse en lo que se ama! No creo, Pepita, que veas estos renglones. Sufrirán la misma suerte qe. otros muchos que te he dedicado, pero voy escribiendo porque el sueño ha huído de mis párpados. Para dormir se necesita estar tranquilo y yo no lo estoy. Mi imaginación está exaltada y mi pecho está comprimido, gravita sobre él un peso enorme que me sufoca.
¡Has llorado! y ¿por qué has llorado? Ya sé que padeces mucho y a esto tal vez añades el pensar que te he olvidado. No lo creas, Pepita, es imposible que te olvide, pero también lo es que venga todos los días. Tu tranquilidad lo exige. Cuando no vengo todos te muestran buena cara y cuando me ven hasta te insultan aquellos que nada tienen que ver con nosotros y que mucho más valiera que callaran para no dar a conocer su malicia y mala fe.
Pepita, yo te amo ¿Cómo quieres que te lo diga? Te amo mucho, muchísimo, pero es menester que no nos veamos. Te riñen y yo más quisiera que me riñeran a mi, porque entonces sabría en qué falto y haría de modo que no hubiesen que reñirte otra vez. De otra parte es menester que te acostumbres a la ausencia. Ya escribí ayer a casa que viniera el procurador para encargar algunas cosas y subir con él a respirar los ayres natales. Adiós. Si esta mañana puedo dar una escape [sic] y no puedo verte será cuando entregaré esta carta y no estrañes sus incoherencias, pues tengo la cabeza débil. Otra vez, adiós. Olvídame y no padecerás tanto. Procura borrar de tu memoria a tu,
J. Salarich